Jover se adentra en los territorios del miedo en una serie de escenarios donde ha percibido la llamada de la extinción.El universo está plagado de agujeros negros, aquellos puntos rodeados de un horizonte de sucesos tras del cual nada puede saberse. Amenaza definitiva y repulsión visceral separados por una fina línea donde el tiempo desaparece. En este libro el autor escoge doce agujeros negros, mezcla de fascinación y peligro. Muchos de ellos curiosamente son islas, como Estrómboli o Fuerteventura, y también, claro está, su Mallorca natal. Otros, como el cementerio de San Isidro en Madrid, o la playa de Karekare en Nueva Zelanda, no son islas en sí mismas, aunque sí lo son en su entidad de agujeros negros, orillados en todo el perímetro con la sombra del desapego y la pérdida de todo tacto y contacto. Sólo escoge doce porque dice que el que hace trece "no puede ser más que el hoyo que espera al final del camino", y que se cerrará sobre él para siempre.upone verse frente al abismo de la adultez y las responsabilidades.