A Mary Chubb se la conoce como «la arqueóloga accidental» porque, como cuenta al principio de estas memorias, ella lo que quería ser era escultora. En 1930 se unió a una expedición al yacimiento de Tell el-Amarna. Este es el recuento de sus experiencias, «su ración de polvo y calor», presidido por el entusiasmo -con su contrapunto de humor británico- y conducido con un muy buen pulso narrativo.