Con Las aventuras de Huckleberry Finn, Marck Twain (1835-1910), seudónimo con que Samuel Langhorne Clemens publicó sus obras, alcanzó su mayor logro literario. En ella, Jim, un esclavo negro que ha huido ante el temor de ser vendido, inicia junto a Huck Finn, también escapado de la civilización que representa la viuda Douglas, el camino hacia la libertad. Los dos prófugos, uno real, Jim, otro espiritual, Huck, navegan por el río rumbo a San Luis donde Jim será un hombre libre. La fuga de Huck, en lo que a priori pudiéramos entender como otra travesura más, sin mayor importancia, se transforma en un asunto, el de la esclavitud, cuyas implicaciones sociales derivaron en una guerra.
En Las aventuras de Huckleberry Finn encontramos componentes y recursos narrativos que Twain ya había utilizado en sus obras anteriores, como la sensibilidad, la ternura, la fantasía, el realismo, la sátira o la superstición; sin embargo, es en ésta donde por primera vez concede voz propia a un niño, recreando la ilusión de que lo que leemos es la historia de Huck, no la de Twain. Pero, por encima de ello, el gran descubrimiento de Twain es el de haber dotado a la narración humorística de un componente moral como pocos autores lo habían logrado anteriormente, de ahí que esté considerada, por una buena parte de los lectores y la crítica, como la obra cumbre de la literatura norteamericana del siglo XIX.