Correr tras un ciervo herido. Ensamblaje, sí: unión de piezas y/o materiales dramatúrgicos en este caso textuales, escénicos, artísticos
que convergen al final en una imposible reunión familiar al filo de dos años, dos siglos, dos milenios: la Nochevieja de 1999-2000.
Coral, la hija mayor, bibliotecaria de profesión, escribe su novela a instancias de una voz masculina que le reclama su derecho a existir como personaje.
Su hermana Vera, artista plástica, está componiendo un vitral que le ha encargado un museo de Amsterdam.
Mateo, el padre, reportero de riesgo, desaparecido quizás en Palestina durante la primera Intifada (1987-1988).
Y Claudia/Ludmila, la madre, aquejada de un tipo de alzheimer que su médico denomina «amnesia provocada» y que a veces se combina con el síndrome de Bonnet y el «doble autoscópico».
No obstante, el ensamblaje de materiales tan diversos cuenta con la fluencia de tres poderosas instancias susceptibles de abolir o, al menos, atenuar la rigidez de la «carpintería» y/o de la «mecánica» dramatúrgicas: el humor, la poesía y el delirio.
En ellas confía el autor.