La presidencia de Estados Unidos y el papado son fuentes inagotables de reflexión y acontecimientos. Cuando hablamos del presidente norteamericano como «hombre más poderoso del mundo», no hay que olvidar las reglas del circo político en que actúa. Los miedos a la realeza y tiranía que los primeros inmigrantes europeos sufrieron en sus carnes, llevó a elaborar un sistema de Gobierno rodeado de contrapoderes. El chascarrillo político que circula por Washington de que «la única decisión que el presidente puede tomar solo es la de ir al baño», ilustra sus condicionamientos, no solo por el sistema de poderosos consejeros que lo rodean, sino también en el plano legislativo. Si hablamos de los sucesores de San Pedro, la intervención del Espíritu Santo en el cónclave que elige a un pontífice se opera a través de complejos mecanismos en los que se entrecruzan las virtudes, las actuaciones y las pasiones humanas. Una vez elegido, la carga que pesa sobre él es aún mayor -aunque de distinta índole- que la que se cierne sobre un presidente. De repente, caen sobre él 1329 millones de católicos con multitud de m