Séneca conoció de primera mano las mudanzas, giros y requiebros con que la fortuna suele zarandearnos; supo tambén del carácter devorador del poder, por lo general afín a la peor de las soberbias; fue muy consciente, en fin, de la condición zarandeada, arremolinada y voluble de los mortales.
Está bien encaminado comparar nuestra biografía con una travesía en un mar hostil, a los remos de una embarcación humilde y precaria. Sin embargo, nada de esto es suficiente para sucumbir al derrotismo, para caer en la desesperación.
Séneca señala la forma en que podemos convertir nuestra vida, minúscula brizna de sentido en medio del mar, en una rocosa piedra insensible a los azotes de las olas. En un remanso indelele de felicidad.