¡Otra vez la guerra, otra vez los sufrimientos inútiles para todos, provocados por nada! ¡Otra vez la mentira, otra vez el embrutecimiento, la bestialidad de los seres humanos! Corremos al abismo, no podemos detenernos y caemos en él. Cada hombre razonable que reflexiona respecto a la situación en que se encuentra hoy la humanidad, y respecto a aquella hacia la cual avanza inevitablemente, ha de ver que esta situación no tiene salida, que no se puede inventar ninguna institución, ningún establecimiento que nos salve de la pérdida hacia la cual nos precipitamos de un modo inevitable. Las gentes ilustradas no pueden ignorar que los pretextos de las guerras son siempre tales, que no vale la pena de que por ellos se gaste una sola vida humana, ni siquiera una centésima parte de los medios gastados actualmente en la guerra. La lucha por la emancipación de los negros costó a los Estados Unidos mucho más de lo que hubiera podido costar la compra de todos los negros del Sur. Pero ¿cómo hombres que se creen ilustrados pueden propagar la guerra, contribuir a su establecimiento, tomar parte en ella, y lo que es a