Carlos Oquendo de Amat (Puno, Perú 1095) es autor de un único y deslumbrante libro, condujo la lírica hacia lo que se ha llamado un primitivismo no reñido con la cotidianeidad. Su poesía está constituida por los elementos del lenguaje más corrientes, descargadas de misterio y de sonoridad, sus metáforas son de fácil lectura porque son visuales y cargados de luz y de color. El efecto estético que produce su escritura proviene de su imaginería plástica, donde lo que importa es la sucesión de distintas imágenes en un todo coherente y nuevo. Editado en forma de acordeón, de manera que su longitud fuera la que señala el título, juega con los espacios blancos de las páginas, usa los esquemas liberadores del caligrama y los cambios tipográficos, con la ruptura de la sintaxis y con los contrastes entre sonoridad y silencio.
Después de una sufrida y pesarosa existencia, expulsado de distintos países por pertenecer al Partido Comunista peruano, en 1936 es internado en un sanatorio de Guadarrama cerca de Madrid, donde murió en 1936 enfermo de tuberculosis. «Se le enterró bajo la nieve, en el cementerio vecino de la clínica».
«Con un mecanismo metafórico tomado de Huidobro, realiza una poesía cristalina, de aire espontáneo y lúdico».
César Aira
«Había sido un hechicero consumado, un brujo de la palabra, un osado arquitecto de imágenes, un fulgurante explorador del sueño, un creador cabal y empecinado que tuvo la lucidez, la locura necesaria para asumir su vocación de escritor como hay que hacerlo; como una diaria y furiosa inmolación».
Mario Vargas Llosa