«A raíz del suicidio de mi madre, Sylvia Plath, en 1963, a mi padre, Ted Hughes, le costaba asentarse. Su vida itinerante implicaba que mi armario y mis libros nunca estaban en un único sitio, y tampoco podía hacer amigos». Así explica Frieda Hughes su anhelo de un hogar. Cuando compró una casa en la campiña galesa, esperaba plantar un jardín, pintar y escribir su columna de poesía para el Times. En lugar de eso, rescató a una cría de urraca, única superviviente de un nido. Poco a poco, George, la urraca, pasa de ser una bola de plumas que exige comida a un compañero inteligente que aterroriza a la señora de la limpieza y contribuye a hundir su matrimonio. Pero es imposible no enamorarse de él. Frieda teme el momento de liberarlo y acaba embarcándose en una obsesión que cambiará su vida.