Existe un lugar imaginario llamado Llareggub, la ciudad costera del país de Gales, donde Dylan Thomas situó la acción de su poema radiofónico Bajo el bosque lácteo.
Montblanc no es Llareggub, y tampoco es imaginaria. Pero tras treinta años viviendo en la capital de la Conca de Barberá, Montblanc empezó a parecerse a Llareggub.
Este libro coloca a una pequeña comunidad bajo el foco poético, una forma de apropiarse de una ciudad sentimentalmente como paso previo a un acto de desprendimiento —sea liberación o catarsis—. Se empezó a escribir en 2014 y, de algún modo, sus páginas lo resumen todo: la llegada, el viento que continuamente azotaba y azota la ciudad, la flora y la fauna, los oficios, los edificios, las figuras más representativas del pasado, desde los primeros hombres hasta la Nialó, que como virgen entronizada vivió siete largos años en una cueva situada cerca de la localidad, donde falleció a causa de una epidemia de peste que asoló la zona, y dio lugar, tras su muerte, a una de las leyendas más sobrecogedoras y conmovedoras que pueda guardar una pequeña sociedad.
Un libro que es tanto la expresión de un amor como la verificación de una pérdida; los sueños y los sentimientos de los habitantes de Montblanc, su memoria y, en fin, la huella de su breve paso por el mundo real y el mundo de la autora, por la vida en general, que se transmuta en algo indefinible, casi imponderable, y que en última instancia no tendrá más justificación que la propia palabra poética...