La conocida novela de Somerset Maugham se abría con un proverbio de Upanishad Kathara: "Arduo hallarás andar por el agudo filo de la navaja; / y penoso es, dicen los sabios, el camino de la salvación". Arduo es, podríamos decir sin ser sabios, el camino de la literatura, cuando se discurre siempre por el agudo filo de la navaja. Como Quevedo, Gracián intentó exprimir todo el jugo al idioma, aunque no necesariamente en la misma dirección. Barría fárrago y hojarasca en beneficio de la bre¡vedad; extraía la quinta y hasta la sexta esencia de las pala¡bras acudiendo a la etimología, a la recreación, al arte de la agudeza, apoyado con frecuencia en juegos de palabras, dobleces de sentido, retruécanos y equívocos. Pero desde Erasmo, aun pasado por Pérez de Chinchón, sabíamos que "no hay, en verdad, entre los hombres cosa más empecible que la lengua, ni cosa más saludable usando de ella como conviene". Y Gracián, que se perdía por una agudeza bien colocada, se movió continuamente en el filo de la navaja. Tengo para mí que buena parte de la disparatada predicación que atacó sin piedad el P. Isla en su "Fray