Miguel piensa que su hermano es un pringado que viste con la ropa que le compra su madre, no se integra y se pone colorado cada vez que una chica se le acerca. Eduardo opina que Miguel cumple todos los requisitos del perfecto idiota: graciosete y creído. Lleva diecisiete años aguantándole y no ve el día de perderle de vista. Menos mal que no salieron siameses, porque eso sí que hubiera sido un suplicio... Parece imposible que dos personas así se entiendan. ¿O no?