El ingrediente principal de El dios del instante, miscelánea o diario sin fechas que continúa a Mitos y flautas (2013), es la legumbre de lo cotidiano. Pero todo plato resulta insulso sin la sal de la poesía o el aceite del humor. Sé que esto no es decir mucho, pero la punta de clavo o el pellizco de azafrán no cabe sino confiarlos al paladar de cada lector. Sólo existe el presente. Lo que le sobrevive en el papel, ese artefacto que porfía contra el tiempo y que llamamos libro, es como la piel que mudó la serpiente (nunca su latido), o como ese guijarro que recogió nuestra ilusionada mano y, ya sin brillo, nos recuerda que la única eternidad que nos es dada es la del instante.