Cada vez tengo más claro que no volveré a ver mi propia casa, y que dondequiera que vaya sólo seré un vagabundo sobre la faz de la tierra. Aquellos que son capaces de empezar una nueva vida dondequiera que estén pueden considerarse afortunados. [] El único camino que se nos abre ahora es el de abandonar la escena, tranquilamente y con dignidad. Estas memorias, El mundo de ayer, están escritas en Brasil, en la localidad de Petrópolis, donde Zweig escuchaba todos los días las últimas noticias del desastre de la Segunda Guerra Mundial en su pequeña radio imaginando los escenarios más horribles. Por ello, el lector comprobará que es en este sentido un libro intencionadamente anacrónico, unas memorias donde fundamentalmente reparamos en que la fisonomía de la vieja humanidad nunca será ya la misma y, para Zweig que acabó con su vida voluntariamente para no seguir siendo espectador de esta catástrofe-, para peor. Una obra magistral, con el prólogo original del autor y dieciséis capítulos, que nos revela la tragedia de una herencia cultural que no deja de ser la nuestra y la de una figura extraordinaria, la del aut