¿Alguien pensó alguna vez que el experimento Ada Colau saldría bien? Quien se lo creyó fue un iluso. Y ya no solo por lo que contaremos en los diferentes capítulos de este libro que tienen entre las manos, sino en su origen. Mucho antes de que los barceloneses fueran a votar, una ya lo tenía que saber si se había leído el programa electoral de su formación política. Ada Colau quería pasar del activismo a la política -aunque siempre negó esta posibilidad- y lo consiguió.
Colau nunca ha querido una Barcelona de pijos. Tampoco una ciudad de cruceristas. Nunca ha querido una ciudad donde la gente se ganara la vida con el dinero del turista. Es como si se restringiera las visitas a Venecia, París o Roma a los turistas porque molestan y no necesitan su dinero para subsistir. Una incongruencia. El turismo es fundamental para estas ciudades, en el momento de cerrar, a final de año, el beneficio que ha supuesto el turismo. Y en esto Colau no engañó. Lo especificó de manera muy clara en su programa electoral.
Tampoco el sector tecnológico, ligado no solo al turismo, sino al crecimiento de Barcelona, como centro de referencia mundial en diferentes sectores de desarrollo, le han interesado nunca a Ada Colau.
Siempre ha sido partidaria de suprimir la Unidad de Antidisturbios de la Guardia Urbana (UPS) y delegar estas funciones de orden público a los Mossos. Además su pretensión era convertir la Guardia Urbana en una especie de policía de proximidad, reduciendo sus competencias en materia de seguridad pública.
Nos hemos preguntado si el experimento Colau podía salir bien. Teniendo en cuenta lo que sabemos de ella la respuesta no puede ser otra. El experimento ha sido un fracaso. Por eso, solo cabe decir: Adéu-siau Colau! ¡Hasta siempre Colau!