Una mujer está postrada en cama con fiebre. Con una nitidez casi cegadora, su mente ociosa dibuja semblanzas de algunas personas de su pasado: una ex pareja que saltó a la fama, una amiga de carácter errático, un amor sin futuro, una madre frágil y dependiente. Pero ¿quién es en realidad el retratado, la figura en el lienzo o la que sostiene el pincel? El retrato se troca en autorretrato. Al evocar sus vidas pasadas, «vidas pequeñas con personas que vienen y van, amigos que desaparecen, niños que crecen», la mujer revive intensamente su propia juventud, titubeante y ávida de experiencias. Corrían los años noventa y el mundo era muy distinto: el listín telefónico era un objeto preciado, el nuevo milenio se esperaba con euforia y optimismo, y la salud mental aún no formaba parte del vocabulario cotidiano. Ganadora del Premio August, el galardón literario más importante de Suecia, y convertida enseguida en un éxito internacional, esta novela está escrita desde un «yo» en el que es fácil verse reflejado: fragmentario y cambiante, moldeado por el roce íntimo con un puñado de personas y por lo que queda de el