Adrián, un pequeño empresario venido a menos, a sus cuarenta y pico años ha pedido demasiadas cartas y no puede ocultarse a sí mismo que no consigue visualizar la apuesta. O eso cree. Lleva años dejando que la apatía gane terreno al entusiasmo. Todo está sujeto a una dura exigencia de significado: su trabajo, su matrimonio, sus dos hijos. Adrián no asume de lleno la posibilidad de dedicarse a escribir, pero tampoco la rechaza definitivamente. A partir de aquí, se abren dos preguntas: ¿Existe un acto verdadero al que lleva años dando la espalda? Si existe, ¿tiene sentido ejecutarlo a estas alturas? Y una tercera, tal vez más amarga: ¿Qué hacer si alguna de esas preguntas se responde con un ?no?? Una venda de insomnio persistente vela una realidad, cada vez más incierta. Como todos, Adrián no sobrevivirá a esta vida, pero ese desenlace evidente carece de importancia en esta historia.