Mi abuela era un personaje importante. Había sido la mujer del jefe, era la madre del jefe y presidía el consejo de mujeres. Mi madre debería sustituirla cuando mi abuela se hubiera ido y mi turno llegaría después del de mi madre, si el mundo hubiese rodado como tenía que rodar. Pero dije que no. Elegí el viento. Y mi familia se pintaría de duelo para dejar patente ante todo el pueblo que estaba muerta. Al chiquillo que preguntara por mí, le dirían: «Ha elegido el viento», y así fue cómo entré en el mundo de los espíritus. Sin dejar un cuerpo atrás. Y ya nadie, nunca jamás, volvería a pronunciar mi nombre en voz alta.