En Escribir antes hay una escritora desesperada en una residencia de artistas y un váter que no traga bien. Hay escritura encerrada en casa para terminar el proyecto de una novela, pero también escritura abierta en parques de Madrid, durante el paseo con la perra, textos compulsivos que se garabatean apoyándose en los coches y las aceras. Junto con ese anhelo que se repite a lo largo del libro —escribir antes, escribir con la inocencia y la diversión del comienzo, cuando hacerlo era únicamente un juego en el que no había que demostrar nada—, Sabina Urraca da cuenta del proceso de elaboración de su novela y de todo aquello que lo rodea y que forma parte del mismo: el registro de la desesperación, los sueños plenos de significado, el encuentro de una sincronicidad metafórica entre la rutina de la escritura y las realidades más prosaicas del entorno (como el váter que no traga, el mar inmenso que resulta inabarcable o las conversaciones robadas en las calles de Madrid que amenazan con cambiar el curso de la novela). En Escribir antes se engarzan capítulos de diario, poemas sobre la escritura, escenas y conversaciones de la calle e ideas de novelas, cuentos y performances que nunca se llevarán a cabo, pero que revientan en el cerebro y hay que expulsar antes de que contaminen o degraden el proyecto primordial.
Escribir antes nos hunde en la tragicomedia de la escritura, despojando de solemnidad el “noble oficio” del escritor y mostrando lo que también es: una serie de episodios maniáticos, una escritura que sale fuera de la mesa y la silla y sucede de forma compulsiva en cualquier lugar.